miércoles, 21 de octubre de 2009

¿Lo echamos a suerte?

Constantemente hablamos de la buena o de la mala suerte, tenemos número de la suerte, deseamos suerte, tentamos a la suerte, confiamos en la suerte, nos abandonamos a nuestra suerte, maldecimos o bendecimos la mala o buena suerte...

Algunos definen la suerte como un encadenamiento de sucesos considerados fortuitos o casuales. Otros hablan de circunstancia favorable o adversa, azar, estado o condición. Combinación de hechos favorables o desfavorables que no se pueden prever ni evitar. (como el caso fortuito o la fuerza mayor). Aquello que le ocurrirá a alguien en el futuro.

Pero todas las definiciones confluyen en la inseguridad, en ese principio de incertidumbre del que ya hablé hace ya no sé cuántas entradas.
Y es que la suerte tiene mucho de aleatorio, de desconocido. Es como el futuro, que solo lo conoces cuando ya ha pasado. Cuando casi siempre es demasiado tarde. Cuando ya no hay vuelta atrás...

Puedes o no confiar en él pero en el fondo casi siempre esperamos que el azar termine poniendo la guinda al pastel que nos estemos comiendo...por muy seguro que tengamos un resultado.

Pero también a veces pienso que la suerte es un placebo. Como cuando creemos que lo que ha pasado o dejado de pasar es culpa u obra de quién sabe qué o de una zancadilla del destino. Se convierte la suerte entonces en una excusa; en una forma de rehuir responsabilidades. La excusa de un fracaso. Siempre estará la suerte para culparla de todos los males ¿no?..y convertirla en la causa de lo que no salió como se esperaba.

¿Y que ocurre cuando todo esto se traslada a la oposición? No pretendo tampoco llegar a ninguna conclusión porque probablemente no la haya y además dejaría en evidencia mi tendencia a contradecirme. Pero en el papel de abogado del diablo se me ocurren algunas cosas.

Vale que te puedas estudiar la mitad del temario y aprobar. Vale que cuando busques “suerte del principiante” en el diccionario salga la foto de otros y nunca la nuestra. Vale que saques la bola del tema que llevas más de un mes sin repasar. Vale que el tribunal este constituido por la flor y nata de la mala leche judicial. Vale que te pueda caer un rayo justo antes de entrar al Tribunal Supremo. Vale que...

Pero prefiero confiar en que esos casos son las excepciones de las reglas generales. Y lo dice uno que probablemente sólo se haya librado del rayo y otros acontecimentos meteorológicos similares, en lo que a la mala suerte de refiere a la hora de pasar por el T.S.

Aún así, como también dicen que una actitud positiva atrae la buena suerte y una actitud negativa la repele y que probablemente seamos nosotros mismos los responsables de nuestra suerte, será mejor seguir pensando que la suerte favorece a la gente preparada y que la mala suerte, que para otros siempre caduca a partir de Mayo, también terminará extinguiéndose para muchos de nosotros a partir de esa fecha. A ver si así en la próxima visita al Tribunal Supremo me brotan en el camino tréboles de cuatro hojas.

viernes, 16 de octubre de 2009

es que a veces se me olvida



duermo, no descanso, me despierto, sueño despierta y se me escapa el tiempo, pienso qué me hace seguir, pienso que lo mismo se acaba pronto o lo mismo hay que esperar,... y me desespero, me reactivo, pienso: no malgastemos esta oportunidad, joder, media hora menos, bueno ¡reajuste!, leo, me pierdo, me encuentro, me enfado, me enfado y pienso... tengo que ajustar cuentas con mi vida, a ver si de este año* no pasa,...

*año: en sentido ficticio, el año del opositor, dura lo que la vigencia personal de la convocatoria, atender al caso personal concreto.




imágen sacada de aqui http://www.anamariadominguez.es/Abstracto.htm

viernes, 9 de octubre de 2009

NO HAY QUINTO MALO

Esta semana de otoño veraniego este monstruito llamado opositar cumple años. Se nos está haciendo mayor la criatura. Cinco años hace ya que empezó este camino hecho al andar como diría el poeta. Parece que fue ayer. Y aunque ésta sea una frase hecha no por eso tiene menos razón. Aún recuerdo la ropa que llevaba la primera vez que hable con mi preparador y la coca-cola que me tomé en el bar que hay justo bajo su casa. Entonces no sabía que ese bar, cinco años después, seguiría viéndome pasar por allí.
Con más ganas que nadie se comienza a devorar carperis y apuntes mientras ves pasar el tiempo que a veces parece transcurrir no por tu vida sino por la de los demás, transformando todo tu alrededor, menos tu espacio. Y un día te levantas y descubres que llevas una etiqueta que pone veterano, cuando todavía no te sientes como tal. Esto es como hacerse mayor o descubrir que ya no eres un adolescente: lo saben los demás antes que tú mismo. Probablemente coincida con el momento en el que sirves como ejemplo de lo que se debe o de lo que no se debe hacer mientras opositas.
Si alguien me hubiera vaticinado en los albores de esta aventura que a un lustro de aquel día todavía seguiría luchando no me lo hubiera creído. Pequé de una necesaria prepotencia. Como lo hacen casi todos los novatos que piensan que el mundo se lo van a comer, a bocados, en un plazo no superior a dos años. Luego es el mundo quien te acaricia con zarpazos, deja en la memoria cicatrices de batallas perdidas y te coloca en la frente un letrero dónde reza la palabra “humildad”. Aún así considero que esa pócima mezcla de ilusión, fuerza y disculpable complejo de superioridad es imprescindible beberla si no quieres tirar la toalla a las primeras de cambio.
Intentando hacer balance de este tiempo podría guiarme por lo que me dice el diablo que cuelga a la derecha de mi hombro o por lo que me cuenta el ángel de la izquierda. Y así podría decir que uno se cansa de luchar contra el mundo, de nadar contracorriente, de pensar que un objetivo bien vale mil renuncias o de creer que esta vez el coyote sí alcanzará al correcaminos. Podría decirlo pero no lo voy a hacer. Y no lo voy a hacer porque después de aprobar el oral hace unos días no me creo con la suficiente autoridad moral como para lanzar un ensayo sobre las miserias de la oposición. Así que esta vez colocaré un cristal de color de rosa para ver la oposición de una forma medianamente benevolente. Porque no todo va a ser malo. Porque no todo lo es.
Sin ánimo tampoco de hacer apología de la oposición sí podría decir que este tiempo me ha permitido descubrir la diferencia entre amigos y conocidos, saber a quién le importas de verdad, o que en cuestión de relaciones personales casi siempre se cumple el dicho de que no es oro todo lo que reluce. Pero quizás los mayores logros se encuentran en uno mismo. Estoy seguro que tanta capacidad de sacrificio no puede caer en saco roto. Este sinsentido en que a veces se convierte el opositar, esta piedra de Sísifo que sólo cae para volverla a levantar, seguro que nos hace mejores personas. Más tolerantes, humildes y pacientes. Paciencia que a veces se revela infinita.
Ahora, después de descartar que a la tercera vaya la vencida y confirmar que no hay dos sin tres prefiero pensar que no hay quinto malo. Prefiero renovar la ilusión que acompañaron a los primeros pasos de la criatura y reciclar la esperanza que tantas veces creí perdida. Porque sé que se puede. Porque aunque caigan mis alas no me voy a rendir. Porque hoy es siempre todavía. Porque aún tengo fuerzas para aplazar la despedida.