martes, 6 de marzo de 2012

ESTA CIUDAD




Mi calle es una de las más concurridas de este pueblo grande con aires de ciudad que coquetea conmigo para que me quede. Y desde mi terraza robada a las nubes casi la diviso en su totalidad. Puedo cogerla con las manos y cambiar sus formas como si fuera una maqueta. Cambio sitios de lugar, derribo industrias humeantes y planto árboles allí donde encuentro desiertos urbanos. Moldeo a mi antojo este horizonte soberbio que se expande ante mis ojos colocados a la altura de una planta décima. No hay día en que no la explore a vista de pájaro como si pilotara un helicóptero silencioso y me dejara llevar mecido por el viento que descansa en mi casa cuando no sale fuera.

Me gusta vivir a esta altura. Valga también la expresión en clave metafórica para explicar mi tendencia natural a vivir colgado del jirón de un sueño, como decía la canción.

Los días en que el sol funde las nubes me siento a contemplar el espectáculo vespertino que nace y muere en mi horizonte desde el palco presencial en que se convierte, para la ocasión, mi balcón. Me gusta sentir cómo una luz anaranjada ilumina el parque a su paso, reverbera el agua de la ría y atraviesa mis pulmones en forma de destellos de felicidad.

En aquellas ocasiones en que llueve tanto que da miedo adentrarse en las calles sin botella de oxígeno creo estar en el hueco de una catarata a resguardo de los rayos que imagino y me dejo engatusar por el hipnotismo absurdo que en mi provoca ver caer la lluvia. Gotas de agua juguetonas que se sienten reconfortadas al hacer diana en la piel y en la ropa de los transeuntes. También me gusta el olor que desprende la ciudad al ser lamina por el cielo.Es entonces cuando una masa amorfa de gente como teselas de un mosaico de paraguas multicolores recorre a paso acelerado la calle que mi vista alcanza a divisar. Adoquines grises encharcados en agua sucia y gente corriendo hacía una misma dirección pero diferente destino. Suben escaleras, las bajan, tuercen a la izquierda, a la derecha...un caos coordinado roto quizá por mi presencia que a veces vaga sin rumbo fijo.

Al fondo veo el bar de la chica que siempre me sonríe de medio lado, el puerto que chirría como los engranajes oxidados del hombre de hojalata, el pasaje donde un cuarteto de cuerda a veces ocupa el sitio de un mino vestido de Chaplin y la panadería de la mujer que el otro día me llamó por mi nombre. Y si miras hacia la izquierda y te fijas muy bien dicen que se ve la playa de un pueblo de otro mundo de luz al que se llega en tan solo quince minutos.

Y entonces pienso muchas cosas. Como ideas inconclusas y disparatadas que entran y salen al ritmo del viento que ahora parece golpear más fuerte. Me pregunto por las vidas de las gentes que pasan a mis pies, por las de aquellos que cruzan miradas sin ver y forman ángulos invisibles en el aire al coincidir en el recodo de un callejón sin saber que comparten ilusiones y frustraciones. Ahora que lo pienso no sería mala idea crear un Libro Blanco de Sueños junto al hueco que queda frente a la estación. Cualquiera podría acercarse el día que su alma se arrastrara por las cloacas del desánimo y poner con letra mayúscula y a todo color el sueño que deseara que se cumpliera...

Luego vuelvo a pensar en esta ciudad que desde mi terraza colgada de una estrella hago y deshago a mi capricho y caigo en la cuenta de que empezamos a llevarnos bien porque...al fin y al cabo, la ciudad de cada uno es la que esta hecha a su medida.