viernes, 27 de noviembre de 2009

LUCES DE NEÓN



En el infierno Sísifo fue obligado a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada. Pero cuando llegaba a la cima de la colina la piedra siempre volvía a rodar hacia abajo, teniendo que volver a empezar nuevamente desde un principio. El pobre Sísifo fue condenado etérnamente a empujar esa piedra cuesta arriba, sólo para tener que ver cómo ante sus ojos la piedra siempre volvía a caer.
Y no alcanzan las crónicas a explicar las causas de tan irónico castigo. Poco importa eso ahora si estaba condenado de por vida a vivir en círculos de esfuerzo y fracaso a partes iguales. Quién sabe si nadie le obligó a estar ahí. Quién sabe qué hacer cuando se confunden juez y parte de una misma condena.
De vez en cuando Sísifo se rebelaba contra los dioses castigadores, daba una patada a la piedra y se sentaba en la cumbre de la colina a contemplar el paisaje de un mundo encendido con luces de neón que le ofrecía la posibilidad de escapar del yugo que le esclavizaba a la montaña. Extendía sus alas imaginarias y se dejaba llevar por el movimiento aleatorio azul del viento. Sólo quería volar y escapar lejos. No importaba dónde.
Y alguna vez bajaba al país de los libres para volver a parecer uno de ellos. Mojaba los pies en el agua de lo cotidiano y volvía a sentir eso que a ciertas alturas no dejaba de ser sorprendente. Y si alguna mortal le pedía que se mudara a vivir a la tierra él sólo deseaba que no se lo volviera a preguntar por si la próxima vez no sabía decir que no. Hacía mucho tiempo que se había prohibido hacer promesas.
Pero antes de que la carroza se convirtiera en calabaza emprendía viaje de vuelta a la colina preso de un caos de pensamientos contradictorios que sólo parecía tener atados cuando se alejaba del mundo. Regresaba así a su guarida de tierra y sudor ubicada entre ninguna parte y la esperanza convenciéndose de que debía abandonar una tierra que aún no le pertenecía mientras esquivaba de su mente fantasmas de idiotez y cobardía para sustituirlos por certezas de esperanza y corrección. Hacía mucho tiempo también que se había cansado de hacer lo correcto.
Al otro lado de la vida Sísifo volvía a empujar la piedra cuesta arriba inquietado por la posibilidad de encontrar alguna forma de librarse de la condena y descender para siempre a las faldas de la montaña. Y alguna noche sentado en la cumbre de la colina mientras contemplaba el universo iluminado se sorprendió a sí mismo al preguntarse si quizá el tiempo le había hecho acostumbrarse a la condena. Quizá subir la piedra era la única libertad real que le quedaba entre tanta frustración. Y aunque probablemente para cuándo se hizo la pregunta ya sabía la respuesta, rápidamente se obligaba a cambiar de parecer y a rebelarse contra su propia desilusión.
Había caído en la cuenta de que el espejismo de creer que es posible materializar sueños es lo único que nos impide abandonarnos al desaliento cuando sólo te queda una piedra y las ganas de desplegar las alas.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Pon pon pon! la SGAE llama tb tres veces


cualquier día la SGAE nos cobra:
  • por llevar la música alta en el coche, haciendo que los peatones, la escuchen mientras cruzan por los pasos de cebra,
  • por ir cantando por la calle mientras tenemos puesto el mp3, balbuceando siquiera palabrillas sin sentido, hasta las versiones en inglés.
  • por cantar cumpleaños en los días especiales.
  • por celebrar los éxitos cantando cualquier barbaridad.
  • por cantar una nana a nuestros peques,
  • por cantarle al oído a nuestra pareja la canción que nos gusta o con la que nos conocimos,
  • por cantar bajo la ducha, en cualquier momento de esparcimiento,

así que os recomiendo que os dediquéis a crear vuestros propios singles, para evitar,... situaciones altamente estúpidas.

(la imagen es una mera ilustración de lo que queria contar, Viena, me serviste para ilustrarla porque copie tu estilo, pero lo mío quedo "muy casero")

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Hay dias...

Hay días en los que no entiendo nada o casi nada. Días en que no me reconozco y me veo desde afuera, como el espíritu ascendente que contempla al cuerpo que se queda. Ese no soy yo o al menos eso no es lo que quiero ser. Y así me veo caminando en círculos alrededor de un mismo punto. Y entonces tomo conciencia de que esta noria opositora me está empezando a marear. Ahora para arriba, ahora para abajo. Ahora vuelta a empezar. Yo no pagué billete para un trayecto tan largo.
Esos días me aburro de soñar, me canso de poner tiritas al pasado y si la noria llegara más alto daría un salto y me cambiaría de planeta. Esos días me harto de sonreír sólo de medio lado y de despedir trenes en el andén de la estación. Me canso de cambiar gritos de alegría por suspiros de esperanza, de perdonar la torpeza de volver a resbalar, de mezclar libros con café, de dar golpes de ciego a la piñata de la suerte, de regatear al destino, de conjugar en futuro la mayoría de los verbos, de dejar para mañana lo que no puedo hacer hoy. De no encontrar en lo que pienso lo que un día tuve tan claro.
Pero también hay días, como hoy, en que me prohíbo venirme abajo. Días en los que rechazo cambios de planeta, disfruto del paisaje que se divisa desde el punto más alto de la noria, recargo la batería hasta encenderse la luz verde y me armo de ganas para seguir el camino que ahora parece estár más soleado. Días en que descuelgo el letrero de “cerrado por derribo”, me bato en duelo con la mala suerte y me convenzo de que un “quizá” también puede ser un sí. Días en que saco un billete solo de ida hacia la Tierra de Oz que ahora sólo queda a una estación. Días en que siempre descubro sueños por abrir. Días en que encuentro en la memoria el péndulo del zahorí.